El otro día, como estaba y estoy un poco metido en otras cosas que no son la cocina precisamente, preparé un arroz con pasas y guisantes (arvejas) que no me quedó muy sabroso: le faltaba sal y alguna cosa que no podía determinar. Entonces, se me ocurrió hacer un falso risotto (que he bautizado como «falsotto«):
Puse el arroz en una olla a fuego suave, agrege una cucharadita de aceite de oliva, media taza de nata (crema) líquida para cocinar y rallé unos 50-60 gramos de queso pecorino, aunque creo que un parmesano o un grana padano o incluso algún queso curado podría venirle bien. Lo calente lentamente, revolviendo para que no se pegase en el fondo y lo serví con la ayuda de unos pocillos cuadrados, haciendo un molde en el centro del plato y poniendo una cucharada de una pasta de setas sobre cada molde de arroz. Unos cubos de pollo salteados en salsa de soja y vino blanco lo rodearon.
No puedo decir que el resultado fuese espectacular, porque no hay nada como un verdadero risotto bien preparado, pero debo decir que es una opción completamente aceptable para aquellos casos en que la cocina no nos funciona como queremos. Ésta es, quizás, otra de las virtudes necesarias a la hora de cocinar: salvar la situación con inventiva, creatividad y mucha caradura.